Mi nombre es Nirmal

 
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Me fui de viaje a los 17 años y nunca regresé. 

Fue el viaje –el alejarme de lo conocido– que me permitió descubrir mi talento por la fotografía. Justo antes de ese viaje me sentía perdido, sin dirección, sin gusto por algo específico en la vida. Quise estudiar biología, psicología y hasta administración de empresas. Nada me movía lo suficiente. Solo me iba confundiendo y deprimiendo cada día más.

Ese viaje –que duró once meses en total– se convirtió en un viaje iniciático. Me inicié en la fotografía estando en Australia y me inicié en la meditación unos meses después en India. Desde entonces esas dos disciplinas han estado íntimamente ligadas en mi vida: foto y meditación. Quizá por eso lo que más escucho de las personas que coleccionan mis fotografías es que les da paz. 

 

Los Himalayas y el empujón que necesitaba

La forma de viajar en ese entonces era muy distinta a cómo viajamos ahora. No había teléfonos inteligentes. Usaba internet solo para checar mi correo. Si quería hablar con alguien en México, me metía a una cabina telefónica. Si quería tips sobre un país desconocido entraba a una librería y buscaba un Lonely Planet. Fue así que un día compré una guía para hacer trekking en Nepal.  

Entonces –a mis dieciocho– me encontré caminando en los Himalayas con una cámara de rollo al hombro. Caminar, maravillarme de esas montañas, observar a las personas y tomar fotos; así pasaban mis días y quedé perdidamente enamorado. Finalmente había encontrado lo que me mueve. 

 
En el taller de cerámica del maestro ceramista Mr. Singh en Jaipur, India. Lugares como este me los encontraba perdiéndome durante el viaje.

En el taller de cerámica del maestro ceramista Mr. Singh en Jaipur, India. Lugares como este me los encontraba perdiéndome durante el viaje.

 

De regreso en México monté mi primera exposición. Nada elegante, simplemente unas veinte fotografías de mi viaje pegadas en el pasillo de casa de mis papás con mi familia extendida y amigos como invitados. De repente una prima me dijo emocionada: “¿Ya consideraste dedicarte de lleno a la fotografía?”. Escucharlo de ella –y enterarme al poco rato que había vendido varias piezas, fue el empujón que necesitaba para llamarme, a partir de entonces, fotógrafo. 

Otro buen empujón sucedió un poco después, cuando fui seleccionado para la VII Bienal de Fotoperiodismo en México con la siguiente imagen de un foto reportaje de tango que hice.

 
“Dejarme llevar” es el título de esta foto que se expuso en el Auditorio Nacional en el marco de la VII Bienal de Fotoperiodismo.

“Dejarme llevar” es el título de esta foto que se expuso en el Auditorio Nacional en el marco de la VII Bienal de Fotoperiodismo.

 
 

Errores y bodas.

Una vez que me tomé la fotografía en serio el paso siguiente era ir a la escuela. Así que cometí el ingenuo y grave error de estudiar fotografía. No lo digo porque esa escuela en particular haya sido mala. Tuve maestros que admiro y hasta la fecha me inspiran. Digo que fue un error porque las buenas intenciones de una escuela son la muerte de una carrera creativa, especialmente cuando ya tienes clara tu visión como artista. 

Desde el primer momento que agarré una cámara la dirigí hacia la naturaleza, la agarré de compañía y herramienta para viajar. Pero la escuela me hizo creer que ser un fotógrafo de verdad es saber de todo un poco e identificar qué tipo de foto es rentable para entonces darle por ahí. En mi mundo ideal, la escuela reconocería antes que nada tus talentos y te ayudaría –con herramientas de ventas, posicionamiento y habilidades interpersonales– a crear un negocio y forma  de vida alrededor de ese talento. Claramente, eso no pasa. 

Lo que sí pasó fue que acabé haciendo foto de bodas, una decisión muy desconectada de mi verdadero talento pero muy astuta en cuanto a potencial de ingresos. Sin embargo, eso fue lo único que representó la foto de bodas para mí: un buen negocio potencial. Porque es buen negocio real para aquellos que tienen ese talento y honesta dedicación. Para todos los demás, es solo una distracción.

Ya había descubierto mi profesión, pero incluso dentro de ella me perdí por años persiguiendo ideales prestados y sufriendo miedos ajenos. Me tomó años ser honesto conmigo mismo y dejar por completo áreas de la fotografía que no estaban alineadas con mi visión de cómo vivir mi vida.

No fue hasta que regresé a mis raíces como fotógrafo que empecé a crear algo que valiera la pena.

(En mi breve experiencia como fotógrafo de bodas trabajé en Nueva York. El aprendizaje que obtuve de trabajar en ese mercado tan competitivo y las amistades de ese tiempo hicieron que valiera la pena el error).

En mi breve experiencia como fotógrafo de bodas trabajé en Nueva York. El aprendizaje que obtuve de trabajar en ese mercado tan competitivo y las amistades de ese tiempo hicieron que valiera la pena el error.
 

Ver la Oscuridad

Ese viaje de regreso a mis raíces para (re)descubrir y proteger mi verdadera visión como fotógrafo lo comparto en un libro que escribí titulado:

“Ver la Oscuridad”

Descubre tu propósito como fotógrafo y protégelo ante un mundo que no le importa.

Está dirigido a fotógrafos, sin embargo es una buena lectura para cualquiera que esté buscando reclamar su creatividad.